I
Lo que queda después de leer a Rancière[1] es una sensación de que ahora, en la era política posterior a la misma llamada posguerra fría, no queda política. O bueno, para no parecer que he malinterpretado a lo que ha mencionado este filósofo francés, lo que parece haber quedado en nuestros días es una post-política, una post-democracia. Claro, sin duda, para Rancière, no se puede hablar de post-democracia sin antes tener claro que es la democracia: un modo de hacer política (no un régimen político) en el cual lo más preponderante es la capacidad de representación del demos, del pueblo. El demos, sin embargo, no tiene un significado per se, sino que es un “significante vacío”: una palabra (significante) vacía de un significado la cual simplemente puede ser re-llenada por quien desee apropiársela (esto con una intenciones “hegemonizante”)[2].
Lo que Rancière quiere decirnos acá es que en la democracia, el pueblo existe simplemente porque alguien (un partido, un político, una facción, etc.) quiere darle un nombre, atribuirle unos valores que no son objetivos. Este es el carácter representativo del demos. Puede ser apropiado por todos pero al final no significa nada en sí mismo.
En ese sentido creo que no puede haber muchas discusiones. El pueblo termina siendo la característica fundamental para legitimar la mayoría de regímenes políticos en el mundo. Incluso intervenciones militares internacionales. El demos internacionalmente es el leitmotiv de ciertos valores que cada día parecen menos cuestionables. Eso a nivel internacional; sin embargo, volviendo a Rancière, a nivel local estamos llegando a concebir la democracia desde una posición consensual: la post-democracia.
¿A qué se refiere este autor con “democracia consensual”? Es una “democracia” donde no hay demos políticamente explícito (un pueblo en conflicto y dividido –en clases, razas, credos, etc.- donde cada pequeña parte quiere ser representada); al contrario, la sociedad está dividida simplemente por una falta de consenso, por una falta de tolerancia, porque sus participantes no han hecho un análisis racional de sus necesidades y prioridades. En últimas, la sociedad se divide por la ausencia del Öffentlichkeit: de un espacio de la opinión pública, en palabras de Habermas.
Esto no es una apología al “fin de la historia”, estilo de F. Fukuyama; para Rancière en esta nueva democracia no hay un manejo político de la política en términos de lucha por el poder. Ya no se refleja la representación del demos con pretensiones “universalizantes”. En este orden de ideas, la política actual podría entenderse como apolítica ya que no busca representar al no-representado. Para los promotores de la post-democracia ya no hay una multiplicidad al interior de pueblo y su única preocupación, en términos “políticos”, es la de mostrarse capaces de gestionar eficientemente los recursos públicos (en Colombia, mejores que Mockus y Peñalosa en este campo, no hay).
En defensa de la intolerancia, es un libro de S. Zizek, donde el autor recalca como en los países desarrollados, en este momento, se está dando un proceso de despolitización de la política para darle paso a una economización de la misma. Lo único que importa (como también lo menciona Rancière en su texto) es el manejo “justo” de los recursos, de los impuestos recaudados. Los principios programáticos de los partidos tradicionales se rompen para darle paso a nuevos partidos (a los famosos Catch all) que prometen de lo mismo que una famosa campaña electoral en São Paulo: Roba, pero hace.
¿Qué consecuencias trae ese consenso en las “democracias” actuales? Para Rancière la respuesta es clara: intolerancia y un odio “pre-político”. No hay una percepción del otro políticamente hablando, no como “contradicción” en términos hegelianos” sino como némesis, como enemigo irreconciliable. Este filósofo no puedo haber puesto el mejor ejemplo de esta problemática consensual: los inmigrantes en Francia anteriormente no se les reconocía como inmigrantes, sino como obreros, trabajadores extranjeros; sin embargo, con la institucionalización del otro como agente externo (el concepto burocrático de inmigrante) el odio pre-político y la intolerancia éstos se siente en la percepción francesa con mayor fuerza.
La post-democracia no permite en su discurso un dialogo y una lucha entre agentes políticos: ahora todos somos agentes racionales y por lo tanto, económicos: Homo œconomicus. Es el fin del Zoon Politikón. Nace una nueva libertad.
II
¿Cómo se representa la libertad de la post-democracia en nuestros países, en el “subdesarrollo”? Pongamos de ejemplo a Colombia. Juan Manuel Santos, el presidente más “querido” del continente, en su discurso de posesión se refirió a su gobierno como el de la gran “reconciliación nacional”. Un gobierno que se ha llamado a sí mismo como de “Tercera Vía”; modelo propuesto por asesores de T. Blair, quien colaboró con Santos en la elaboración de un libro sobre esta “vía”. Santos, a diferencia de Turbay y Barco que también hablaron de ser gobiernos de paz y de reconciliación, llega al poder con una movilización social casi aniquilada, donde los actores más “combativos” están desarmados, amenazados y con todos sus procesos destruidos. La “Tercera Vía” de Santos llega como una forma post-democrática al afirmar que en Colombia ha llegado la hora de reconciliarnos, de darnos cuenta que todos somos todos, de que ya no deben haber diferencias de derecha y de izquierda: este gobierno es (por fin) un gobierno de todos. Sí, cuando se neutralizado cualquier oposición.
Esta es la “Tercera vía”: mantener lo viejo bajo la apariencia de ser algo nuevo. En este sentido, los viejos intereses siguen vigentes al mismo tiempo que las antiguas disputas se van desvaneciendo de la esfera de lo político. Obviamente, el gobierno de Santos no es la radiografía de democracia consensual a la que Rancière hace referencia.
La post-democracia de Rancière, al impedir la “representación” de los excluidos, logra revivir la intolerancia y el odio, ambos pre-políticos. En este sentido cabe preguntarse: ¿ha habido alguna vez un “significante vacío” para los excluidos colombianos? ¿Ha existido alguna vez un significante que nos agrupe como un demos con pretensiones hegemónicas? En esta conceptualización de Rancière, y teniendo en cuenta el termino de Laclau, en Colombia nunca ha existido un término que nos logre agrupar, masificar, en nación: nunca ha existido el demos en Colombia; ni siquiera un intento.
La pretensión de construir la masa en Colombia fue sepultada el 9 de abril de 1948.
III
En ese intento de poner la post-democracia de Rancière en el gobierno de “Tercera Vía” de Santos, ¿dónde queda el odio pre-político? Es decir, ¿Si la falta de “representación” del demos, en vez de llevarnos al consenso nos lleva a la intolerancia, a la percepción del otro como némesis? ¿Esto cómo se evidencia en la actualidad colombiana? Al parecer, esto no es muestra más que de nuestra hibridez. Al igual que N. Canclini determinó los valores culturales latinoamericanos como mediados por la hibridez de temporalidades (un entrelazamiento entre modernidad, pre-modernidad y post-modernidad), también podríamos hablar de esta misma hibridez de términos netamente políticos y sociales.
En lo que respecta a lo político en Colombia, Santos se muestra a sí mismo como el representante de la “third way” post-democrática donde no hay atomización en la sociedad; al mismo tiempo y lugar, el odio pre-político parece mantenerse: no hay una percepción del otro en términos de contrincante-contradictor, sino más bien como enemigo o némesis, haciendo que las discrepancias pueden solucionarse solamente en el campo de la eliminación física; y en la mitad, en la mediocridad, la modernidad a medias, las instituciones configuradas y creadas desde una visión hipostasiada de la realidad: la “ensoñación” como fuente de derecho. Modernidad, post-modernidad y pre-modernidad políticas, que al final de cuentas, no sólo influye en la reproducción material de la sociedad de Colombia, sino que además reproduce indiscriminada sus valores, una especie de “derramamiento” de la hibridez por todo el corpus social.
* Cristián Acosta Olaya es politólogo de la Universidad Nacional de Colombia y actuamente estudiante de Maestría en Ciencia Política de la Universidad Nacional de San Martín (Argentina).
[1] J. Rancière, Democracia y Postdemocracia, en “Ideas y Valores, Universidad Nacional de Colombia: Bogotá. Septiembre de 1995.
[2] E. Laclau, “Hegemonía y antagonismo: el imposible fin de lo político (conferencias de Ernesto Laclau en Chile, 1997). Santiago de Chile, 2002.
Hace poco presencie una discusión política entre amigos colombianos y argentinos en la que los segundos trataban de recriminarle a los primeros la pasiva e indiferente actitud con la que mis compatriotas explicaban la realidad política en Colombia.
La discusión intento explicar las razones por las cuales el conflicto armado en Colombia, con toda su complejidad, impide que las facciones populares de ese «demos», del que usted habla, no tuvieran la capacidad de verse a si mismas como contrincantes-contradictores; supuesta forma relacional que daría cabida al goce pleno de esa cosa a la que llaman todos los críticos políticos «democracia». Aun así los argentinos, quienes gozan de una cohesión social mayor que la nuestra, respondían avergonzados por la forma en que mis compatriotas reducían su incapacidad de «manifestación política» a la peligrosa tarea de organizarse y sindicalizarse para defender los derechos humanos. No hizo falta dejar en claro en esa discusión que esa facción armamentista que hay en Colombia , de la que hablo recientemente el presidente en Colombia, atribuyendole el color negro, es en realidad el único obstáculo que impide ver a esa «masa» organizarse libremente y juiciosamente y gozar en pleno el estado de derecho.
Hasta ahí la discusión continuaba sin ningún cambio, citando ejemplos históricos, campañas electorales, idealismos políticos, sueños, asesinatos, masacres, alguno que otro caso de infortunio personal, en fin de todo, justificando todo lo anterior, con interpretaciones pobres y otras brillantes, obligandolos a retornar continuamente a discutir los temas y puntos por los que ya habían pasado. Mis compatriotas, quienes cuentan con una identidad política tan mal formada como la mía, son lo suficientemente perspicasez para reconocer en la intolerancia política, el síntoma primordial de ese falsa democracia que vive nuestro país y otros puntos que a mi parecer usted aclara en este escrito. Aun así ,me pareció que la discusión se tornaba aburrida y repetitiva por lo que decidí intervenir para que pudiesemos entender la problemática desde otro punto de vista. Soy artista, por lo que me vi obligado a dejar en claro que cualquier imagen que pretenda representar ya sea en palabras, una idea, en cualquiera de los ordenes sociales que discutíamos, iba a ser lo suficientemente abstracta, arbitraria y limitante como para dificultar el claro entendimiento de la problemática; a continuación me miraron todos con caras de «¡uy!,¿que le paso a este?, cosa que me produjo un ataque de risa enorme pero que me obligo a tratar de ejemplificar mi intervención.
El pensamiento es imagen y toda imagen en nuestra contemporaneidad, por híbrida que se pretenda denominar, no permite consensuar ningún orden de ideas profundamente, porque ninguna de estas imágenes permite experimentar el tiempo conscientemente; experiencia fundamental del hombre sobre el espacio que ha sido agudizada, acortada, agilizada, acelerada, llevada al limite por los medios de producción con su sentido insaciable de consumismo masivo, absolutista y egoista. Es esto lo que ha ocasionado una difícil reconciliación del hombre con su propia imagen natural y sensible, e impedido el reconocimiento de identidad compartida, ocasionando que esas facciones se organicen adecuadamente para representar lo que ahora no es reconocido.
No creo que esta problemática se deba reducir a la comprensión de un termino temporal como el de «post-democracia» para recalcar la falencia representativa de carácter ideológico en los estados operados bajo programas como el de la tercer vía (o cualquiera que sea su nombre) porque tampoco hemos podido respondernos dignamente y concientemente si alguna vez en nuestra historia logramos vivir a plenitud esa cosa llamada «democracia» porque no tenemos clara la imagen que da cuenta de este estado de conciencia; tampoco creo que debamos asumir que esa » masa» de la que usted habla, de la que no se pudo organizar con el asesinato de Gaitan, ha sido un impedimento para poder abandonar de una vez por todas esa representación del significante vació. Por el contrario, creo mas bien que el problema sigue estando en la traducción, en cómo se traduce el pensamiento-imagen en palabras y en otros medios; en como la traducción del imaginario político se ha dificultado y complejizado por tratar de describir la realidad con pensamientos estructurados en otro orden temporo-espacial o por tratar de inscribir nuestro pensamiento en el de otros. Una población del cauca o de nariño, inclusive de Salta o Jujuy no ha experimentado esa cosa llamada «modernidad» o «post-modernidad» porque no la entiende, ni la va a entender de la misma forma como quienes la entienden por haber sido educados con el pensamiento eurocentrista porque enteramente dependera de la forma en que el hombre en su comunidad natural haya plasmado la imagen en un objeto mediatizado y haya razonado el mundo sensible a partir de lo que exhiba ese medio y su representación.
Nosotros vivimos otro tiempo y otro espacio, cuando seamos conscientes de nuestro territorio y de nuestro presente, podremos solucionar de manera respetable y sensible nuestros problemas, porque esa imagen de nuestro reflejo sera proyectada por otros medios que no serán pertenecientes al modernismo como éste por ejemplo en el que usted y yo creemos estar aclarando nuestras perspectivas. Tenemos que pensar mejor la forma en que construimos las imágenes para poder asegurarnos que aquella que hable de nosotros o de nuestros «pueblos» sea lo suficientemente fidedigna a su propio sentir y devenir y para ello creo yo que hay que preguntarse constantemente si nuestro deseo de cambio es directamente proporcional a nuestras acciones porque de ser así, tendríamos que cambiar hasta la lengua en la que hablamos para poder finalmente desprendernos de esa dependencia que nos mantiene esclavos de un imaginario limitante y claustrofobico.
Para finalizar, queriendo hacer un ultimo esfuerzo para que me entiendan, me gustaría hacerles una pregunta, ¿es posible traducir, todo esto que hemos leído y compartido, concienzudamente a un campesino latinoamericano o a un Chaman o Mamo indígena de cualquier pueblo originario? o mejor aun, ¿ habrán palabras indígenas fieles traductoras de los conceptos políticos acá demarcados?, ¿hibridacion, por ejemplo? o ¿ post-democracia?…. ¿sera que la imagen producida por una palabra pronunciada como estas, es la misma en otra lengua indígena?…. las palabras producen también imágenes y por lo tanto retratos.
Primero que todo, puede que esta respuesta nunca le llegue a usted ni a nadie. Puede que esto no sea leído por nadie, pero en esto, en esta misma contradicción quiero partir una respuesta a su comentario, que por casualidad he visto, después de casi 8 meses.
¿Por qué partir de que es posible que nadie lea esto? ¿Por qué partir de que estas no serán más que palabras que serán lanzadas al aire, como un manojo de harina en un playa en otoño? Porque es eso y nada más, palabras. Y ahora creo en las palabras.
Yo también tuve, he tenido y seguiré teniendo, en mayor o menor la relación entre las palabras y las cosas. Sin duda, me hizo acordad al instante uno de mis textos favoritos, «verdad y mentira en sentido extramoral» de F. Nietzsche quien aclara, no sin hacernos pasar por dolorosas reflexiones, que la verdad no existe: paradójico. Y no existe, entre otras cosas, porque las palabras no son más que metáforas de la realidad, anzuelos que se tiran a un mar inalcanzable, inaprehensible. Sin dudas, las categorías son generalizaciones y son burdas aproximaciones -como toda palabra- a la realidad, en muchísimos sentidos, inalcanzable.
Sin embargo, ¿qué podríamos sacar de esto? Varias cosas. Por una parte, dejar de creer que podemos entender todo el mundo a partir de las categorías que tenemos; dejar un poco la soberbia intelectual, snob, o la que tengamos, para saber que no somos más que insignificantes. Una artista (músico) por estos días dijo en una entrevista que dándonos cuenta de que no somos lo más importante podemos darnos cuenta de nuestra importancia en mundo; de eso se trata su canción, de darse cuenta de eso: «And at once I knew a was not magnificent».
Ahí está. Quiero creer en las palabras y que lo escribimos, por tonto que sea, vale la pena ser escrito. Así sea una caricia leve, superficial a la realidad, tan distante. Ya diría el mismo Nietzsche -llendo más allá de lo misógeno que se le considere o realmente era- que la verdad es como una mujer a la que uno ama así le genere sospechas, siempre. Es hermoso pensar eso o si no no valdría la pena escribir. así escribamos mal, así hablemos mal también -incluso bebidos en discusiones sin sentido-. Quiero creer que vale la pena. He escogido creer eso. He considera que incluso escribir esto así nadie lo lea, vale la pena porque quiero creer en la palabra como en esa mujer-verdad nietzscheana.
Por último, si es eso, la palabra, una aproximación a la realidad, tenue, pero aproximación al fin y al cabo, creo que sí, que se podría explicar a Rancière a las comunidades indiginas, a los campesinos, a la gente sin ninguna educación que usted llama eurocentrista -que sin duda lo es-. Pero nunca se les podría enseñar en este último sentido: no se les pude iluminar ni debe pretender eso tampoco. Es compartir, es generar debate. El debate es un combate de metáforas sobre el mundo.
Por último, creo que si escribo muy teóricamente es una enfermedad de esa misma educación en la que ando metido, de un mundo en el que sé que soy un mediocre, del que no he podido escapar y del cual he buscado refugios ineficientes. Es como salir de un burdel peligroso para meterse en un amanecedero aún peor. Me persigue hablar así, supongo. En ese sentido, creo que su réplica al texto no se contradice con lo que digo; lo afirma aún más: hablar de post-democracia, de tercera vía es incluso un chiste de mal gusto que nos hecha nuestra época, y de muy mal gusto si se dá en un país como Colombia.
No siendo más, me gustaría saber quién es, si es posible seguir discutiendo esto acá en Argentina o por otra vía. Sería interesante. Mi correo es cjacostao@gmail.com
Un abrazo.
«…la palabra, una aproximación a la realidad, tenue, pero aproximación al fin y al cabo, creo que sí, que se podría explicar a Rancière a las comunidades indígenas, a los campesinos, a la gente sin ninguna educación que usted llama eurocentrista -que sin duda lo es-. Pero nunca se les podría enseñar en este último sentido: no se les pude iluminar ni debe pretender eso tampoco. Es compartir, es generar debate. El debate es un combate de metáforas sobre el mundo.»
Creo que la mejor forma de retomar la discusión que se ha originado es tomando de sus palabras el párrafo anterior, en el que se resume la idea general que ha desarrollado sobre la importancia de las palabras, de las ideas y del debate. En cuanto a mi contra-respuesta, ésta va a estar acompañada de una serie de reflexiones que he hecho sobre la palabra desde lo que soy, un artista, sin dejar al lado por supuesto la problemática inicial que nos ataña: si es o no correcto, la aplicación de conceptos de
origen euro-centristas sobre nuestros países o comunidades para explicar o ‘imponer’ la idea o de lo que creemos es el modelo de democracia correcto.
Yo también he creído en ocasiones que no existe un ‘otro’ que reciba mis reflexiones,mis expresiones y mis sentimientos, pero con mucha paciencia y sorpresa, siempre ha aparecido ese sujeto receptor que discierna y reflexiona mis palabras sin dejarlas ir por el viento, o como usted dice: «…como un manojo de harina en un playa en otoño…» Esta imagen, que por cierto es bastante melancólica, se origina en nosotros debido a que suponemos de antemano que el otro no está interesado en nuestro sentir,
lo que transgrede brutalmente la experiencia del ‘compartir’, esencia natural del debate democrático sin duda alguna.
La palabra es un vínculo entre la realidad concreta y nosotros mismos, no es un cuerpo leve y vació, sin peso y sin materia, es un canal que nos conduce entre los universos que constituyen este gran multiverso, acercando nuestros espíritus ante la majestuosa naturaleza de la que hacemos parte. Por eso yo también creo en las palabras tanto como
usted. Sin embargo prefiero permitirme la mayor parte del tiempo creer que no son meramente ‘metáforas’ porque si lo hago desvanezco por completo su propio sentir y por ende impido la constitución de esa identidad comunitaria, propia y singular que busca vivir armónicamente y pacíficamente con nuestro entorno.
– – –
Esa identidad que sugiero yo estamos construyendo, ha sido resumen, un concepto comparativo que funciona mediante la diferenciación por contraste, es decir:
¿Qué eres tú que No sea yo?,
¿Qué tienes tú que No tenga yo?;
¿Qué cosas has hecho de ti que yo No haya podido hacer de mi?
y… ¿Qué cosa han hecho de ti que No hayan hecho de mí?
Somos seres sujetos a una imagen que es preconcebida (intencionalmente) por los Estado-nación que constituimos hoy en día y la migración nos permite apreciar con cierta facilidad, la compleja formalidad de esas imágenes ‘identitarias’ que experimentamos cuando viajamos, tanto así que los comentarios y reflexiones que se han efectuado en este espacio virtual dan prueba de ello. Es por eso que quisiera compartir algo que espero contribuya al entendimiento que estamos haciendo sobre el pensamiento-imagen de eso que llamamos debate y democracia.
http://www.cedma.com/archivo/akabal/grande/pajaros.html
Igual que las aves los hombres desarrollamos una empatía con lo que nos rodea que manifestamos por medio del canto y lo que para nosotros suena como una onomatopeya, en la lengua k’iche’ de Ak’abal es el nombre del pajaro; es decir, los pajaros se llaman como cantan, por ejemplo: “tuk-tuk” es el pájaro carpintero y así como se muestra en el vídeo. Pero, ¿a donde voy con todo esto?, a preguntarle lo siguiente:
¿todos nosotros solemos cantar canciones en ingles no?, bueno entonces…
¿será que puedo experimentar y reconocer esa identidad de ser estadounidense, británico o sueco sin tener que cantar en estadounidense, británico o sueco?
¿Y si las canto en mi propia lengua, lograré ser lo que ellos dicen decir que son mediante su propio canto?
¿será que si canto “tuk tuk” puedo reconocer la identidad de ser pájaro carpintero y ser inmediatamente pájaro carpintero? o mejor aún, ¿Será que si canto repetidas veces “tuk-tuk”, habiéndome disfrazado de pájaro carpintero en un lugar donde no habitan pájaros carpinteros, me permitirá identificarme como pájaro carpintero?
¿Será que si le explico Ranciere o el concepto de ‘tercera vía’ al índigena, en cualquier lengua, estaremos contruyendo democracia? o ¿será mas bien que debemos llamar «tuk-tuk» al derecho de gozar el canto de nuestros propios pájaros en esa democracia autonoma, digna y acorde con el sentir de estas tierras?
La razón por la cual le pregunto todo esto es porque mi reflexion esta orientada en resolver la imagen de nuestra identidad, aquella que nos permitirá con el tiempo desarrollar una democracia o un estado social mas armónico con nuestro propio sentir, con nuestro propio hablar, con nuestro propio discernir y con nuestro propio entorno.
Explicarle Ranciere a un indigena es tan inapropiado como considerarse un iluminador para el, en eso estamos de acuerdo. En lo que quiero hacer enfasis no es en el indígena sino en todos aquellos como nosotros que, habiendo recibido una educación eurocentrista, hablamos para los eurocentristas pero no para los que escuchan los cantos de los pájaros en el sentir de la lengua de los pájaros. ¿y por que es esto? porque en el fondo no confiamos, ni se nos ha enseñado a confiar y a ver la equivalencia del pensamiento-imagen: «libre albedrio» o «democracia», con el pensamiento-imagen: «tuk-tuk».
Lo que planteo no es un problema de traducción, ni tampoco un problema de mera expresión, es una concepción estructural del discurso; una emansipación completa del modelo inculcado por nuestra educación, por una estructura asignativa, cognoscitiva distinta a la que ha producido el racionalismo; es por esto que es tan dificil hablar de ese tema y sobre todo hacerlo ver con claridad, y se lo dice un artista que se pregunta muy seguido cuando observa, contempla y cuestiona su propia obra. (Obra que
por cierto esta hecha para mentes eurocentristas) Podría talvez sugerir otro ejemplo, pasemos a pensar la forma como en Colombia se les ve en estos momentos a la guardia indigena.¿será que la problematica es analizada
desde la logica de pensamiento-imagen indigena? o mas bien ¿será que se explica desde la orbita del eurocentrismo posmoderno?. A mi me gustaria escuchar alguna vez la critica y el analisis politico en la forma como habla un indigena porque en su discurso la palabra-imagen: ‘hermano menor’ es mas importante que la palabra: ‘criollo’.
Yo creo que no debemos sentir temor o miedo por sugerir el cambio de nuestra estructura de pensamiento, como tambien creo que debemos hacerlo en comunidad, de hecho es fundamental. Es por eso que escribo eventualmente en este tipo de espacios por medio de los cuales sugiero este mismo propósito, invitando a que alguna vez cada uno de nosotros intentemos desaprehender de ese esquema del que ahora ambos dependemos y nos demos a la tarea de idearnos uno nuevo desde un sentir mucho mas singular, mucho mas propio. y creo que el secreto de esto está en nuestro espiritu indigena. El originario. El original.