Sin duda, las universidades europeas -bien sea por los recursos con los que cuentan, por mantener un espíritu crítico y humanista o por conservar una gran tradición académica no menos que milenaria- han sido apreciadas por una gran parte de los estudiantes latinoamericanos como ejemplos de excelencia académica. De hecho, casi todos los jóvenes soñamos con realizar algún estudio que complemente nuestra formación en los campus históricos de París, Italia, Reino Unido, Alemania o España.
Sin embargo, las barreras establecidas por los gobiernos europeos para limitar los flujos migratorios y evitar que, con excusas académicas, los latinoamericanos se establezcan permanentemente en sus territorios –así como el costo que implica para las monedas de América Latina ser convertidas en euros y subvencionar el precio de los estudios, el trayecto trasatlántico y el mantenimiento diario de una persona que, generalmente, no tendrá permiso para trabajar legalmente-, obligan a pensar en opciones diferentes que satisfagan adecuadamente las demandas formativas y culturales de los jóvenes –y no tan jóvenes- estudiantes.
Las nuevas opciones necesitan cumplir tres requisitos principales. En primer lugar, los centros académicos deben ser espacios de calidad, deben contar con reconocimiento internacional y deben estar constituidos por grupos de investigación consolidados. En segundo lugar, los precios de los estudios deben ser razonables y ajustados al poder adquisitivo de los demandantes. Por último, las condiciones de acogida de los estudiantes deben permitirles realizar una vida “normal” (tener un trabajo, ser sujeto de derechos, ser incluidos socialmente, contar con una tramitación rápida, justificada y adecuada de los permisos de estancia, etc.).
La mirada antes dirigida a Europa, hoy bajo una crisis que ha obligado a reducir los presupuestos de universidades públicas, a bajar las ayudas a la investigación, a disminuir las plantillas de profesores y a encarecer los precios públicos de los programas de postgrado –cuyos costos por crédito para ciudadanos no comunitarios son casi tres veces más caros que para un nacional europeo-, debe cambiar de orientación y mantenerse o encaminarse hacia la región latinoamericana.
En primer lugar porque la oferta académica de programas de pregrado, especializaciones, maestrías y doctorados ya ha madurado lo suficiente y tanto los grupos de investigación como las universidades han comenzado a posicionar sus propuestas científicas en las discusiones internacionales. Asimismo, los centros educativos han recibido múltiples reconocimientos a sus actividades de divulgación y se han puesto en marcha procesos de acreditación de excelencia, que muchas universidades y programas en Europa aún no tienen. Los estudios universitarios en centros reconocidos latinoamericanos no tienen nada que envidiarle a los programas del viejo continente.
En segundo lugar, los precios de los estudios, a pesar de ser comparativamente altos en algunos lugares como en Colombia y Chile y en el conjunto de universidades privadas de la región, siguen siendo más baratos que lo que implica un desplazamiento y un mantenimiento transoceánico. Asimismo, el costo de la vida en los países suramericanos es, comparativamente, mucho más económico que en Europa y el mantenimiento del estudiante es así mucho más fácil.
En tercer lugar, las condiciones de tratamiento humano (visados, permisos de trabajo, integración social, inscripción a servicios de salud y, sobre todo, la poca discriminación o la baja dosis de racismo frente al inmigrante) aseguran que el estudiante pueda desarrollar una vida más cercana a la que está acostumbrado a llevar en su país de origen.
La mirada puesta en el Sur obliga a repensar el sentido educativo hacia la búsqueda de alternativas a problemáticas propias desde estudios propios. Vale la pena destacar los esfuerzos que Argentina y Brasil, principalmente, realizan en materia de educación superior. Asimismo, en Colombia, a pesar de los altos costos que implica realizar estudios superiores, se cuenta con varias universidades de excelencia que lideran programas académicos sobresalientes.
Los programas de Maestrías en Colombia, así como en gran parte de América Latina, implican un trabajo muy serio que responde a estudios estratégicos de unidades académicas o a procesos de investigación consolidados. La oferta amplia y completa –una gran herramienta para ubicar fácilmente programas de postgrado en Colombia puede encontrarse en el portal EducaEdu Colombia- garantiza también la posibilidad de diversificación de los perfiles profesionales o investigativos.
La recomendable mirada al Sur para la continuación –o el inicio- de la formación universitaria responde también al cambio que se vive hoy en el mundo. Una perspectiva regional, nacional, latinoamericana, que ubique y enaltezca los referentes académicos propios es necesaria para continuar con el proceso de acelerar en las vías del desarrollo.
Sólo nos resta creérnoslo…
grandes pasos para consolidar el autoestima latinoamericano, culturas que se forjan desde su propio suelo y en su propio contexto, ya va siendo tiempo
Me encantó tu post! Tengo varios comentarios desde la experiencia en México 🙂 Escribo luego con un poco más de tiempo. Abrazos!!!
Me parece que «estudiar en Europa» está sobrevalorado. Es decir, la educación si es superior a la de Colombia (por ejemplo), pero no es el doble o triple de mejor.
Las razones (y las opciones, igual), en todo caso, no pueden reducirse a un análisis económico de los costos y los beneficios (calidad) sino que, más allá, deben ser construidas con base en la necesidad de seguir profundizando la academia científica en general (las mal llamadas «ciencias duras», las muy mal llamadas «ciencias blandas» y las humanidades) con criterios autóctonos, alternos y nativos (!alternativos!), máxime cuando los referentes históricos del pensamiento hegemónico (la matriz clásica, ya sea en su versión angloamericana o eurocentrista) se encuentran en trance, por no decir que en crisis (no solamente desde una perspectiva de erudición sino que esta crisis es una crisis del sistema de poder-saber en términos concretos y reales; no es una cuestión abstracta). En ese caso, como dijo el maestro Fals Borda: «La vía propia de acción, ciencia y cultura, incluye la formación de una nueva ciencia, subversiva y rebelde, comprometida con la reconstrucción social necesaria, autónoma frente a aquella que hemos aprendido en otras latitudes y que es la que hasta ahora ha fijado las reglas del juego científico, determinando los temas y dándoles prioridades, acumulando selectivamente los conceptos y desarrollando técnicas especiales, también selectivas para fines particulares (Orlando Fals Borda, ¿Es posible una sociología de la liberación?). Es una obligación político-ideológica que nos desafía hoy por hoy!
Coincido en que la reflexión no solamente trata de una cuestión de costo/beneficio, sino de la responsabilidad que como habitantes de este hemisferio debemos emprender para alcanzar la decolonización del saber y el pensamiento que es condición indispensable para lograr la decolonización del poder.